"Vivimos en una propiedad. Utopía y distopía en 'Los Altísimos' de Hugo Correa" de Juan Espinoza Ale
Publicado por Tríada Ediciones en
I.
En las circunstancias actuales, en que como individuos o comunidad intentamos diariamente sobrevivir a la pandemia, reflexionar sobre los conceptos de utopía y distopía parece algo fuera de contexto, aunque por razones diferentes.
Si cada día es una constante superación de nuestra capacidad de asombro, frente a las cifras de nuevos contagios y fallecimientos, hablar de utopía puede parecernos un lujo, una ilusión propia de la inocencia nacida del privilegio. Por otra parte, si cada día es una constante superación de nuestra vergüenza ajena, frente a las declaraciones y medidas de las autoridades, hablar de distopía puede parecernos demasiado habitual como para mover nuestro entusiasmo.
Sin embargo, nuestro contexto incluye también un cambio de ciclo político, como suelen acuñar los analistas, y es por ello que entre mascarillas, vacunas y una avalancha de videollamadas devenidas en podcasts, la discusión sobre hacia dónde nos queremos dirigir y hacia dónde no, resulta agotadora pero ineludible.
La CF chilena no ha eludido esta pregunta, y desde sus orígenes ha entregado propuestas que recogen los ideales y los miedos que obras de carácter muy variado han plasmado con mayor o menor calidad literaria y complejidad ideológica.
Tierra Firme (1917) de R. O. Land, Thimor (1932) de Manuel Astica y Ovalle, el 21 de abril de 2031 (1933) de David Perry, son buenos ejemplos de especulaciones utópicas, aunque antes de profundizar en un caso concreto, sería mejor aclarar los conceptos.
II.
Aunque Tomás Moro publicó su reconocida obra en 1516, el discurso utópico sigue siendo escurridizo, a ratos incluso contradictorio, sin embargo, es necesario señalar sus características más estables, que pueden aportar espesor a las lecturas que hagamos de sus manifestaciones.
Podríamos decir, siguiendo a Darko Suvin, que la utopía es la representación de un sistema social autosuficiente, cuyo impulso es el bien del ser humano. Pero el concepto de bien debe ser considerado diacrónicamente, por ello no nos debe extrañar que las primeras obras utópicas estuvieran más enfocadas en construir mundos en donde la felicidad consistiera en tener asegurada la subsistencia y evitar el dolor físico (algo así como pasar la pandemia en Nueva Zelanda), en lugar de reflexionar sobre una vaga idea de libertad individual, propia de la democracia liberal y su paranoia desatada por los totalitarismos del siglo XX. En otras palabras, lo que era bueno para una cultura establecida en un territorio y durante un tiempo determinado, no tenía por qué serlo para las de otras épocas y lugares.
El sustento o piedra angular de la creación utópica, desde Moro hasta nuestros días, es el diagnóstico, la identificación de un elemento problemático dentro del contexto cultural, el que es suprimido de la representación (por ejemplo, en Moro, la propiedad privada). Y al ser la realidad político-económica un sistema con elementos interdependientes, se extrapolan las consecuencias, haciendo que en la lectura sea ineludible el contraste entre la realidad concreta y la realidad utópica, presentada como perfecta. Algo así como lo que explica Lionel Hutz cuando se pregunta cómo sería el mundo sin abogados…
Por tanto, la utopía debe simplificar el diagnóstico, haciéndolo comprensible para cualquiera: todas las injusticias o desgracias sociales deben tener una raíz común, muchas veces un mal que se da por sentado y que el poder achaca a la naturaleza, humana o animal: la propiedad privada, la desigualdad, el apego, la violencia, la religión, los libros de autoayuda, etc.
A pesar de plantearse sin lugar y sin historia, para construir un discurso utópico se necesitan representaciones ya existentes, un ejemplo de esto puede ser La Isla de Aldous Huxley, que toma principios tecnológicos y políticos del mundo occidental, mezclándolos con conceptos propios del budismo. Lo que la novela elimina de su mundo es la razón instrumental, lo que genera la utopía. Si consideramos que el texto de 1962 está basado en ideas que aparecen en un prólogo a una edición de Un mundo feliz en 1946, dos años después de Dialéctica de la Ilustración de Adorno y Horkheimer, entendemos que el rechazo a la razón pragmática y tendiente a ejercer el dominio sobre la naturaleza y los seres humanos, es parte del sentir de su época. La utopía literaria nos habla del presente, de los anhelos de quien la construye y las aspiraciones de la sociedad en la que emerge.
III.
Y si el discurso utópico nos genera dificultades, con la distopía ocurre otro tanto. Aunque el debate aquí no resulta tan estimulante, ya que a pesar de que los teóricos y sectores del fandom siguen discutiendo si lo que conocemos por distopía es en realidad una sátira, una antiutopía, contrautopía, cacoutopía o distopía crítica, el público e incluso la RAE parecen tener la cosa bastante más clara. No obstante, considero pertinente entregar matices sobre esa definición tan general, que nos dice que la distopía es “una representación ficticia de la sociedad, con características negativas que provocan la alienación humana.”
Es cierto que nuestra concepción de distopía puede relacionarse con la sátira, entendida como el ataque furibundo contra las condiciones del momento, proyectadas en el tiempo y generadas por la crueldad y la estupidez de las que los humanos hacemos tanta gala. Es decir, el diagnóstico crítico del presente del autor, la denuncia de los excesos del poder y la connivencia pasiva de sus ciudadanos. Buenos ejemplos son algunas novelas de Frederik Pohl, como Mercaderes del espacio (1953), una abierta crítica a la sociedad de consumo, o Pórtico (1977) que entre otras cosas denuncia de manera explícita el daño social y psicológico que provoca el individualismo como único motor del avance humano.
Por otra parte, las narraciones consideradas antiutópicas, o distópicas críticas, tomarían como base un sistema sociopolítico fundado en un Estado centralista. Estas obras no critican al Estado en sí, sino que varían de acuerdo con las maneras en que el poder estatal es ejercido en la sociedad en la cual surge la obra. No es lo mismo el New Deal o el Estado de Pedro Aguirre Cerda, que el Stalinismo o la Monarquía de Arabia Saudita. Pero lo que sí es un factor común en estas obras es la advertencia sobre los peligros prácticos de los deseos y discursos utópicos. Estas obras no entregan, ni tienen por qué entregar, una propuesta o respuesta ante el pesadillesco fin de la historia, esto se debe a que, en muchos casos, existe una desconfianza radical frente a cualquier señal de solidez, mientras todo lo demás se desvanece en el aire.
Es un hecho innegable que durante la primera mitad del siglo XX el discurso utópico enfrentó un giro negativo, y es habitual que se señalen las obras Nosotros (1924), Un mundo feliz (1932), 1984 (1949) y Fahrenheit 451 (1953) como el canon dentro de la ciencia ficción distópica. Y aunque existían historias distópicas previamente, incluso con elementos cienciaficcionales, estas cuatro novelas tienen puntos en común a nivel de estructura narrativa, aunque respondan a impulsos ideológicos distintos y sean, si nos ponemos quisquillosos, diferentes tipos de distopías. No podemos olvidar que la CF puede hacer mayor hincapié en las ideas, pero sigue siendo literatura, forma, y en este caso esa forma ha sido el vehículo natural para plasmar los sueños y pesadillas del presente, proyectados hacia un tiempo futuro o alterno.
A medida que avanzaba la Guerra Fría, esta clase de obras fueron cada vez más explícitas en su conexión con la realidad del público lector. Dichas formas y fondos, formatos y relatos han encontrado un suelo fértil en la literatura juvenil de las últimas décadas, en buena medida por la importancia de las elecciones individuales y sus consecuencias, es decir, por el énfasis en las encrucijadas éticas que enfrentan sus protagonistas dentro del capitalismo tardío. Aunque no quiero centrarme en dicho fenómeno, sino retroceder a una novela chilena que abordó, como pocas, la tensión entre utopía y distopía, entregando su respuesta a una sociedad que, como la nuestra, se encontraba frente a múltiples encrucijadas.
IV.
Los Altísimos (1959) es sin duda la novela chilena de CF que mayor impacto ha tenido dentro y fuera del país; por otra parte, su autor, Hugo Correa, tiene un lugar indiscutido en la historia de las letras nacionales. Y aunque su narración expone a todas luces una alegoría y crítica a la manera en que la URSS desplegó su influencia tras la denominada cortina de hierro, la novela es bastante más que eso.
En términos de la construcción de la trama y sus hitos básicos, podemos afirmar que toma partes del modelo de narración distópica instaurado por Nosotros, pero con algunas variaciones, como por ejemplo, que el protagonista, Hernán Varela, no es un integrante de la sociedad a describir, sino un involuntario visitante de nuestro mundo en el planeta llamado Cronn.
Una lectura crítica del relato en primera persona nos permite acceder de manera muy clara a la visión ideológica del protagonista, casi como un acto fallido constante, y a medida que retrata la sociedad aparentemente utópica, va dejando en evidencia sus valores conservadores, lo que hace más notorio el aspecto alegórico de la obra, como un choque ideológico entre lo que el relato denomina “supersocialismo” y el prisma de un narrador situado al otro lado del espectro.
Los elementos utópicos de este planeta, compuesto por círculos concéntricos, se relacionan, como en Moro, con la abolición de la propiedad privada y el pleno empleo. En dicho contexto, la libertad sexual aparece como una consecuencia lógica de la prohibición de los compromisos amorosos, si consideramos al matrimonio como un vínculo que implica la sujeción de la mujer ante la autoridad del hombre que administra la corporalidad y los bienes de la sociedad conyugal, en el Chile de la época. La procreación es artificial, pues los niños nacen y se crían lejos de la sociedad adulta, lo que permite una administración del tiempo muy diferente a la del mundo del protagonista.
Pero Los Altísimos va mostrando la contradicción de todo proyecto utópico, es decir, que al momento de alcanzar la utopía, la historia se detiene en ese estado de perfección y deben por ello cancelarse todos los discursos utópicos. Es ahí donde encontramos el germen de la distopía: donde la utopía ofrece abolición de la propiedad privada, la distopía denuncia la prohibición del deseo; donde la utopía ofrece empleo universal, la distopía denuncia esclavitud inevitable; donde la utopía ofrece libertad sexual, la distopía denuncia la prohibición de la afectividad; donde la utopía ofrece bienestar, la distopía denuncia falta de libertad.
Ahora bien, Correa da un paso más allá y presenta hacia el final (asumo que después de 60 años ya no hay spoilers) que los habitantes de Cronn son esclavos de Los Altísimos, una especie superior con poderes y tamaño colosales, que juega con el planeta como si fuera una colonia de hormigas. Entonces la pregunta, propia de las distopías clásicas, radica en si es posible alcanzar la felicidad, cuando el significado mismo de felicidad es impuesto por la autoridad. Una pregunta estimulante, independiente de nuestras concepciones políticas, y que la historia humana siempre actualiza, generando respuestas con matices cada vez más diversos.
V.
Vivimos en una propiedad que orbita en torno a lo viral, en donde el lector es un consumidor de argumentos construidos para satisfacer sus sesgos, gustos e inclinaciones culturales. Avanzamos por un ciclo en el que se ha pretendido imponer el sistema actual como utópico y cancelar de facto proyectos que van más allá de los ejes tradicionales, como las reivindicaciones de género y el cuidado ambiental. Despertamos cada día en un mercado editorial que se ofrece siempre nuevo y luminoso, atiborrado de moldes diseñados para distraernos con portadas coloridas y contenidos pasajeros. Dormimos hace un año en un toque de queda, en el que los llamados líderes de opinión defienden en redes sociales su impermeabilidad cognitiva y en el que resulta cada vez más necesaria la lectura crítica de textos que aborden la problemática utópica, con los que podamos experimentar mundos nuevos pero también detectar las trampas del actual, proyectando nuestras propias elecciones, advirtiendo la necesidad de compromiso con nuestra comunidad y momento histórico.
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- Etiquetas: Ciencia Ficción, Distopía, Utopía
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