"El síndrome del impostor" por Soledad Cortés

Publicado por Tríada Ediciones en

“Lo escribió ella, pero no es una artista de verdad y no se trata de auténtico arte”

Joanna Russ, Cómo acabar con la escritura de las mujeres.

 

Desde que empecé a deambular y participar en el medio literario, fui descubriendo cosas (buenas y malas) de lo que se gesta en un ambiente que desde afuera se ve gigante, pero que cuando estás dentro sientes que es como una caja de fósforos. Es este pequeño espacio el que se llena de voces, opiniones, letras, discusiones y un largo etcétera en donde si no tienes el control de lo que haces en él, te consume y termina por aprisionarte.

Fue entre todos estos movimientos que descubrí diferentes definiciones que para mí eran desconocidas (porque dentro de esta caja de fósforos también se aprende mucho), y una de ellas, aparte de atacarme en mis procesos creativos, se instauró como un pilar molesto que no deja avanzar en la ruta. Me refiero al “Síndrome del Impostor”. 

Por si no saben qué es, lo resumiré de la forma más simple posible: es esa voz interna que te dice constantemente que no puedes, no eres buena y todo lo que haces, escribes e intentas no merece respeto ni menos reconocimiento alguno. Es un poco como la “ansiedad” que tan bien ha ilustrado Alberto Montt en sus últimas viñetas, aprieta, se sube sobre tus hombros y te susurra constantemente que “no eres suficientemente digna”.

"Ansiedad" de Alberto Montt

Me gustaría llevar esta columna hacia el ambiente femenino y en donde sus escritoras luchan de forma constante con este demonio que las acosa incesantemente y que en parte no ayuda a continuar sus proyectos de una manera más fluida. Es en esto último que me gustaría ahondar. La expectativa, la exigencia, la comparación a la que estamos sujetas como escritoras no es algo que deba ser tomado a la ligera. En especial cuando un sistema patriarcal es el que ha determinado el cómo se debe hacer, cuándo y siguiendo reglas específicas que muchas veces resultan ser más obstáculos que un apoyo al proceso creativo.

Joanna Russ es insistente en su libro Cómo acabar con la escritura de las mujeres, al mencionar las diversas estrategias que muchas escritoras tuvieron que abordar a la hora de dedicarse escribir, las responsabilidades que tuvieron que cargar por responder a este sistema heteropatriarcal que desde tiempos inmemoriales nos ha exigido que, para ser una buena mujer, se debe ser abnegada a “nuestras labores” y dejar los hobbies para el final de una larga lista de deberes. Esta misma serie de exigencias son las que han ido trascendiendo en el tiempo, se han implantado en el subconsciente de muchas y por desgracia nos ha costado erradicarlas.

Seré sincera, por más que sea 2021 y estemos avanzando en la visibilización femenina, aún falta mucho de eso en el ambiente literario. Si bien ahora se están reconociendo nuevas voces, también ha ocurrido el maravilloso renacer de muchas que fueron olvidadas, las cuales con sus prosas han logrado encantar y generar la ampliación en la gama de estilos narrativos por sobre el común. También han surgido voces llenas de energía y con nuevas formas de narrar que difícilmente se pueden comparar con sus pares debido a lo novedoso de sus plumas. Soy sincera al decir que de todas mis lecturas siempre me han gustado mucho más las escritas por mujeres, más que nada porque las historias tienen una profundidad que va más allá de lo clásico frente a lo que se está acostumbrado a encontrar. También me he encontrado con mayor riqueza narrativa. Me he maravillado con estructuras literarias que se salen del canon y que terminan siendo un punto extra a la hora de leer. Como lectora siempre he preferido las historias que me hacen vibrar o en las que hay “alma” y dedicación en cada hoja. 

Pero, ¿cuál es el problema entonces? El problema es que la cantidad de escritoras que han ido apareciendo, no son un número grande (en relación con sus pares masculinos), y uno de los motivos por los que muchas aún no salen a la luz es, en parte, por este Síndrome del impostor que ataca en cuanto empiezan a teclear las primeras letras en la pantalla. 

Para eso quise preguntarle a mis cercanas (a las que les agradezco su tiempo en responder mis preguntas), ¿en qué momento aparece este síndrome?, y curiosamente todas coincidieron en lo mismo: El Síndrome del impostor aparece en el preciso momento en donde empiezo a compararme con otres escritores. Esto, sumado a que tan solo el hecho de ser mujeres también agrega una “presión extra”. De inmediato estas últimas palabras nos devuelven al inicio de esta columna de opinión. La presión social de nuestro entorno heteropatriarcal sigue vigente y nos inseguriza frente a acciones que queremos realizar pero que sin duda nos coartan indirectamente, y a veces no somos conscientes de aquello.

Digamos las cosas como son, hay una suerte de “apuro” en publicar, en especial ahora que las RRSS son una forma de expresar y mostrar de manera inmediata y obtener respuestas inmediatas. Se ha instaurado en el colectivo literario que mientras más se publique o más rápido se haga, más conocide te harás o tendrás alguna vigencia como escritore. Es en este punto en donde me detengo ya que siento que además de lidiar con los conflictos internos, también tenemos que lidiar con la presión externa que ejercen las RRSS y distintas editoriales que han optado también por este tipo de publicaciones rápidas. ¿Es necesario apurarnos?, ¿debemos las escritoras trabajar al mismo ritmo que nuestros pares? En mi experiencia, creo que cuando una se toma más tiempo para escribir y plasmar la historia de manera pausada y tranquila es cuando una novela tiene más solidez. Los arcos se ven más trabajados, las historias se leen más fortalecidas y sus personajes tienen alma. Es esto último lo que me hace pensar, ¿realmente necesitamos apurar nuestras plumas?, en mis años trabajando con mis colegas de La Ventana del Sur, nos hemos dado cuenta de la importancia del proceso creativo y de todo lo que lo rodea. Todas coincidimos que si bien los espacios literarios existen, es importante que estos también sean seguros. Con seguros me refiero a comunidades que alberguen escritores que se apoyen unes a otres y en donde los feedbacks sean positivos. En el caso de nosotras, hemos apelado siempre a que un espacio seguro de mujeres es el que provee también la confianza necesaria para cuando este síndrome ataca sin piedad. La soledad a la hora de escribir, sobre todo en estos últimos tiempos, para muchas se ha convertido en algo poco probable gracias a estas pequeñas comunidades. Comunidades literarias como la que han formado en Latinoamérica Sabiñe Susaeta y Camila Miranda, con su portal en Discord “Homúnculo”, es una de las tantas herramientas digitales que han permitido también conocer y apoyar a escritoras que por cosas de distancia, pandemia y soledad no han podido contar con espacios seguros. 

Por lo general creo que cuando muchas mujeres se unen y visibilizan también sus miedos en estos espacios seguros se crea más confianza. El impostor siempre va a estar ahí, diciéndonos que no somos lo suficientemente dignas para seguir escribiendo, que no somos como esa escritora que triunfó, que te falta mucho para llegar a “su” nivel, ¿pero saben?, cuando tienes una amiga, comunidad, etc., aunque sea pequeña, el impostor llega hasta cierto punto, pues diferentes voces están ahí para impulsarte a continuar. 

Finalmente quiero invitarlas a reflexionar sobre este síndrome, y advertirlo más como una manera de visibilizar una realidad que nos aqueja a muchas, procesarlo, analizarlo y comprender que lamentablemente es normal, viene impreso en nosotras y no dejar que nos destruya. Nuestro camino siempre ha sido más difícil y este obstáculo no puede ser un condicionante para no seguir avanzando hacia nuestros sueños. Sí, nos tocó un camino más árido que a nuestros pares, pero creo que ahora no estamos solas, están ellas, están también las que han ganado Hugos y Nébulas, y que nos siguen diciendo día a día que somos capaces, que la “presión extra” es algo que se puede sortear y que finalmente no estás sola, que tu pluma es necesaria y somos todas una gran tribu.

Y como dice Joanna Russ:

“Las mujeres se han colado en el canon oficial una y otra vez, como si no llegasen de ninguna parte: excéntricas, peculiares, con técnicas que resultan extrañas y temas que no se consideran «adecuados»”.

Sigamos rompiendo esquemas, que nuestras voces se sigan alzando y dejemos que el impostor sea nuestro mejor aliado.


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