"El monstruo liberado. Una reflexión sobre la escritura de las mujeres" por Pamela Rojas
Publicado por Tríada Ediciones en
A veces, me gusta imaginar que la literatura es una construcción inabarcable, enorme —dele la forma que usted quiera: un castillo, un palacio, una mansión, un hotel o un galpón de una nave espacial—, con tantas habitaciones y recovecos que se hace imposible revisarlos todos. Hubo un tiempo en el que me habría encantado tener la inmortalidad de una vampiresa o cualquier ser eterno, para contar con el tiempo suficiente y recorrer con calma cada uno de los pasillos de esa construcción, refugiarme en una habitación y quedarme allí por décadas para leerlo todo. Pero tuve la desgracia de existir en un universo en el que la vida es finita. Ante la imposibilidad de abarcarlo todo, una tiene que escoger qué pasillo seguir y en qué habitaciones entrar. Y una de las habitaciones que más disfruto es la de los géneros imaginativos (fantasía, ciencia ficción y terror) y, dentro de esta, como en todas las demás, hay una puerta, una que algunos no notan, o que sí, pero que la esconden detrás de otras: la que conduce a la escritura de las mujeres.
Cuando una la abre, libera un monstruo. Una criatura abyecta que vive en la otredad y que muchos —en masculino no genérico, claro está— quisieran no ver jamás, porque no desean compartir sus espacios y temen caer de esos pedestales que entre ellos mismos levantaron, ni ver caer esos cánones que se inventaron para “sobarse el lomo” en un acto casi de endogamia literaria. Joanna Russ en su libro Cómo acabar con la escritura de las mujeres (1983), ya daba cuenta de estos «muchos»: «los glotolog de aleta de buccino», una manera creativa para referirse a los hombres que, creyéndose superiores, a lo largo de la historia han esgrimido los más irrisorios argumentos para desacreditar o invisibilizar la escritura de las mujeres: que no lo escribió ella; que sí lo escribió, pero el tema no es el apropiado para una mujer o no es interesante; que solo tuvo una sola gran obra y que el resto no merece la pena; que en realidad no es una artista; que alguien la ayudó, porque sería incapaz de hacerlo por su cuenta; y así un largo etcétera.
Recientemente, Patricia Espinosa, en su brillante ensayo «La narrativa chilena y el riesgo de la insignificancia», también aborda la invisibilización que sufren las producciones escritas por mujeres en el mercado editorial, desde la crítica. Señala Espinosa que estas prácticas operan de dos maneras:
[…] una, de manera brutal, es decir, por medio de la exclusión abierta, evidente; otra forma de invisibilizar las escrituras de mujeres es leer a partir de la denominación “escritura femenina”. Esto significa identificar en la escritura de mujeres las convenciones de configuración impuestas desde lo patriarcal: sensibilidad, afectividad, sentimentalismo, pasividad, virginidad, maternalismo, privilegio del cuerpo por sobre el logos.
Basta con ver el catálogo de cada editorial: predomina la autoría de hombres. Y basta con ver la crítica a las obras escritas por mujeres: o destacan la sensibilidad y afectividad de la obra o van en la línea de los argumentos esgrimidos por «los glotolog de aleta de buccino» que señala Russ.
Sin embargo, y pese a todos los esfuerzos de algunos, esa criatura abyecta ya fue liberada, en algunos sitios del mundo, desde hace varios años. En nuestro país, puede verse una tendencia clara desde los 2000 con el surgimiento de múltiples microeditoriales dirigidas por mujeres, las que amplían la oferta literaria con catálogos que incorporan obras escritas también por mujeres, tal como señala Espinosa. La criatura fue liberada y ese acto es político. El monstruo saltó el torniquete y comenzó a tomar el lugar que le corresponde, para denunciar al patriarcado, para decir «yo también», «yo quiero» y «desde ahora, siempre con nosotras».
Algunos dirán que las mujeres no mandan tantos manuscritos, que los que llegan no son los mejores, que falta trabajo, que esto o que lo otro. Y puede que tengan una pizca de razón. Porque es innegable que, en esta sociedad machista, la mujer no puede desarrollarse en el arte con toda la libertad que quisiera. Para poder hacerlo se le exige que primero se encargue de la loza, la ropa, la casa, la despensa, los niños, su propio trabajo, el cuidado de adultos mayores, mientras ellos practican el ocio, leen en calma, tienen tertulias con sus amigos y desean la abolición del neoliberalismo. Basta recordar los penosos resultados del estudio «Radiografía al hombre cero» del Centro UC de Encuestas y Estudios Longitudinales, publicados en diciembre de 2020, en el que se evidencia que el 38% de los hombres no destina ninguna hora semanal a las tareas domésticas; el 57%, ninguna al cuidado de niños y el 71%, ninguna al apoyo escolar de sus hijos. Y, si son necesarios más datos, la Revista Nature Index denunció en mayo de 2020 que, durante la pandemia, hubo un declive en la producción investigadora de las mujeres, pues fueron solo ellas las que cargaron con el peso del teletrabajo, las tareas domésticas y el cuidado de la familia. En ese contexto, ¿en qué momento escriben? ¿En qué momento leen? ¿En qué momento perfeccionan su pluma? En esas instancias íntimas, de soledad, de pausa, incluso en el baño, la criatura abyecta, poco a poco, surge a pesar de todo.
No ha sido fácil para este monstruo que causa tanto temor en algunos y que otras abrazamos con cariño, como si se tratara de una vieja amiga. Se ha abierto primero una puerta escondida dentro de una habitación de esa construcción —y, como veremos más adelante, también se abren ventanas—, se le ha liberado y se ha hecho necesario gritar: «¡Está aquí! ¡La criatura está aquí!». Porque un primer paso para que la producción literaria de las mujeres se siga desarrollando es visibilizarla, mostrar cuáles son nuestras ancestras, para decirle a las que escriben: «¡Miren! Ellas también escribieron. Ellas, pese a todo, escribieron, y sus obras son valiosas y están allí. Descubrámoslas y aprendamos de ellas». Porque siempre hace bien mirar al pasado, buscar referentes y no tratar de inventar, por enésima vez, la rueda.
Por ello, se hacen sumamente necesarias las colectivas que visibilizan, de distintas maneras, la escritura de las mujeres. Hay ejemplos en diferentes partes del globo (La Mexicona, El Cúmulo de Tesla, La Nave Invisible, por nombrar algunas) y también en nuestro país: AUCH! (Autoras Chilenas), que reúne a las escritoras de distintos géneros literarios; las Señoritas Imposibles, que agrupa a escritoras de narrativa negra; y La Ventana del Sur, agrupación literaria —en la que participo— que busca lograr que los esfuerzos detrás de la creación y producción de libros escritos en los géneros imaginativos —o especulativos, o de la imaginación o la taxonomía que prefiera usted, según su teoría literaria favorita— por mujeres tengan su espacio y visibilidad dentro del ambiente literario chileno.
Con este objetivo en mente, La Ventana del Sur —en conjunto con Tríada Ediciones— lanzó en 2019 su primera antología, Imaginarias. Antología de mujeres en mundos peligrosos, que reúne a 17 autoras nacionales con una variedad de relatos de ciencia ficción, fantasía y terror. Imaginarias es una plataforma de visibilización de la producción literaria escrita por mujeres. Y a muchos les molestó esta idea inicialmente. La han tratado de sexista e, incluso, se han sentido —¡vaya osadía!— discriminados. Y hay que dejar claro una cosa, por si todavía quedan dudas: sí, es una antología separatista. Porque no comprenden la necesidad que tenemos las mujeres de cuartos propios para escribir, para narrar, para reflexionar. Porque solo a ellos les gusta tener la palabra, hablar fuerte y les molesta no poder estar en todas partes.
Úrsula K. Le Guin, en su libro Contar es escuchar, señala:
Existen pruebas fehacientes de que cuando las mujeres hablan más del treinta por ciento del tiempo, los hombres perciben que ellas dominan la conversación; de manera similar, si dos mujeres seguidas, digamos, reciben alguno de los grandes premios literarios anuales, las voces masculinas empiezan a hablar de confabulaciones feministas, de corrección política y de la decadencia de la imparcialidad de los jurados. […] Cuando se hallan genuinamente al mismo nivel competitivo que las mujeres, se ponen histéricos. Sus voces tienen que oírse el setenta por ciento del tiempo.
Son esos señores que se detienen en la estrecha vereda, con la mano en la cintura y el codo levantado mientras se fuman un cigarro y obstruyen el paso. Ya tienen sus revistas, ya tienen sus propias antologías endogámicas, en las que, de vez en cuando dejan entrar, como un privilegio, a una que otra mujer. ¿Por qué, entonces, las mujeres no podemos tener nuestros espacios? Recientemente se anunciaron las obras seleccionadas de Imaginarias II. Secretos de la abuela para ser libres, y será una nueva oportunidad para visibilizar a nuevas autoras que se abren paso. Criaturas abyectas que ahora cruzan puertas o salen por la ventana y vienen a revolucionarlo todo.
Pero no solo se necesitan instancias para visibilizar y denunciar las prácticas que invisibilizan. No, con eso no basta. Como dije antes, ese es solo el primer paso. El segundo es crear instancias seguras para fomentar la producción literaria, espacios en donde ellas no teman expresar sus inseguridades y sus dudas, donde no teman ser señaladas con el dedo ni miradas condescendientes o risitas cínicas. Se hacen necesarios más talleres, como los realizados por La Ventana del Sur en 2018 y 2019, en donde no solo se entregaron herramientas de creación literaria, sino que se generaron lazos y contactos entre mujeres, bajo un clima de sororidad y respeto. Se hacen necesarios más espacios para dialogar —como el conversatorio «Una mujer hecha de libros» organizado por La Otra LIJ y La Ventana del Sur en enero de 2021—, para que las noveles puedan conocer a las consagradas, para aprender de su experiencia, escuchar advertencias sobre el mundo editorial, secretos o consejos de escritura. Porque, a través del diálogo y del intercambio, conocemos la realidad, los puntos de vista, expandimos nuestra mirada, nuestro mundo, crecemos, entendemos, derribamos prejuicios y la criatura abyecta puede crecer libre y tomar nuevas formas.
Visibilización y espacios para esta criatura son solo el comienzo. Lo demás, se da por la práctica concienzuda de la escritura, pero eso será tema de otro ensayo. Para finalizar, solo queda dar una advertencia: ¡Cuidado, hombres en el castillo, el palacio, la mansión, el hotel o el galpón de la nave espacial! Una criatura anda suelta y puede devorarlos.
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